Discapacidad visual

La mayor parte de los niños y niñas con ceguera o déficit visual grave son detectados por los servicios médicos entre los 0 y 2 años. Posteriormente, una vez escolarizados la escuela participa en esa detección sobre todo en el momento del aprendizaje de la lecto-escritura y en el cribado que se realiza mediante el protocolo de seguimiento del desarrollo infantil y la observación de algunos signos de alarma como apariencia de los ojos, quejas asociadas a las tareas visuales o determinados comportamientos. Son los servicios médicos especializados en oftalmología los encargados de realizar la exploración y el diagnóstico de las posibles dificultades visuales.

La discapacidad visual (DV) es la limitación total o muy seria de la función visual y cubre los rasgos comprendidos entre la pérdida visual leve y la ceguera total. El grado de DV se mide teniendo en cuenta dos parámetros considerados conjunta o aisladamente:

  • La agudeza visual (AV) es la habilidad para discriminar detalles y formas de los objetos.
  • El campo visual (CV) es el área que percibe el ojo al mirar un punto fijo.

Basándonos en los parámetros de AV y CV, se diferencia:          

Baja visión

Comprende una agudeza máxima inferior a 0.4 y mínima superior a 0.1 con corrección o un campo visual entre 10 y 20 grados con respecto al punto de fijación en el mejor de sus ojos.

Ceguera

Abarca desde un máximo 0.1 de agudeza hasta la no percepción de la luz o el campo visual inferior a 10 grados alrededor del punto de fijación.

Es común en la infancia  encontrarnos con discapacidades visuales transitorias ocasionadas por intervenciones quirúrgicas o tratamientos médicos como la oclusión con parche.

Además de los criterios médicos, en el campo de la educación se considera persona ciega a aquella que utiliza el braille como sistema de lectoescritura, y persona con baja visión, a aquella que utiliza recursos facilitadores para el acceso a la lectura y escritura en negra o tinta.

La función visual pueda verse comprometida por afectación del órgano de la visión (globo ocular y nervio óptico),  por otros factores de origen neurológico ( o por dificultad en el control muscular del ojo o de los párpados.

Por otra parte, existen otros factores como la sensibilidad al contraste, la visión cromática o el control del deslumbramiento (fotofobia) que complementan la función y procesamiento visual. Todos estos factores y la habilidad que cada persona tiene para utilizar su visión son los que determinan su funcionamiento visual, no encontrándose siempre en relación directa con la patología.

Cuando la vía visual está dañada se produce una alteración perceptivo-visual entendiendo ésta como «la viabilidad para interpretar lo que se ve; es decir, la habilidad para comprender y procesar toda la información a través del sentido de la vista» (Barraga). En el caso de la baja visión, existe la recepción de estímulos, pero éstos son más pobres tanto en calidad como en cantidad, lo que ocasiona posiblemente una interpretación distorsionada de lo que aparece ante los ojos. Cuando la falta de visión es total, la forma de percibir y de conocer el mundo exterior se realiza a través del tacto y de los demás sentidos conservados. En ambos casos, nos encontramos ante un sistema de percepción analítico, que supone recibir una información fragmentada que debe reunirse para llegar a obtener un conocimiento del entorno.  

La discapacidad visual grave, inhibe total o parcialmente el proceso normal del desarrollo perceptivo-visual; esto provoca un pobre bagaje de experiencias visuales debido a la dificultad de recoger información a través del sentido de la vista de manera espontánea, limitando la adquisición de los aprendizajes básicos de  manera natural. Esto conlleva una imprescindible intervención desde edad temprana o momento de la detección, que permita un desarrollo acorde a cada etapa evolutiva.